viernes, 5 de octubre de 2007

Fácil de decir, difícil de hacer y arriesgado de seguir

Que lujo que alguien escriba de esta manera para recordar a alguien...

Kerouac se dedicó a suicidarse a cámara lenta. Pocos libros más tristes y derrotados se han escrito que "Satori en París".
Y el hombre que no dejaba de moverse acabó en un crepúsculo paradójicamente sedentario. Un exiliado rey Be-bop que detestaba al pop de los Beatles, odiaba al nuevo gurú juvenil J.D. Salinger, apoyaba la guerra de Vietnam y defendía la figura del senador Joe McCarthy "porque supo como tratar a judíos y maricas". Un viajero chocado que alguna vez le había pagado en Portugal a una mujer para mirarla a los ojos por una hora y que agonizó, gordo de alcohol, en un lugar de Florida llamado San Petesburgo, frente a un televisor, viendo un programa de gastronomía doméstica. Alguien que tiempo atrás - escapando al rol de mesías generacional hip-cool, asegurando que "nunca tuvimos grandes ideas ni buscábamos alcanzar una nueva conciencia, tan sólo queríamos follar"- se había definido apenas, como "un gran recordador redimiendo a la vida de las tinieblas que la rodean" y recomendaba a todo aspirante a escritor creer que "eres un genio, siempre".

Rodrigo Fresán. Artículo "A toda velocidad" de La Vanguardia del 5 de septiembre de 2007




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